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OPINIÓN | Los electores salimos trasquilados por la politización extrema que se vive en EE.UU.

Nota del editor: Rocío Vélez es abogada, con más de 15 años de experiencia en mercadeo internacional, desarrollo empresarial y defensa de asuntos ambientales. Estratega republicana. Graduada de la Pontificia Universidad de Puerto Rico con un postgrado en Ciencias de la Historia y Política de la Universidad Point Park de Pittsburgh. Las opiniones expresadas en este comentario son propias de la autora. Ver más opinión en cnne.com/opinion

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Paula Bravo Medina
CNN ESPAñOL — Nota del editor: Rocío Vélez es abogada, con más de 15 años de experiencia en mercadeo internacional, desarrollo empresarial y defensa de asuntos ambientales. Estratega republicana. Graduada de la Pontificia Universidad de Puerto Rico con un postgrado en Ciencias de la Historia y Política de la Universidad Point Park de Pittsburgh. Las opiniones expresadas en este comentario son propias de la autora. Ver más opinión en cnne.com/opinion

(CNN Español) — La presidenta de la Cámara de representantes, Nancy Pelosi, y el representante por Maryland, Jamie Raskin, presentaron recientemente un proyecto de ley para crear una comisión que permita la remoción del presidente de Estados Unidos por medio de la enmienda 25 de la Constitución.

Lo que propuso Pelosi, justo después del diagnóstico de coronavirus del presidente Donald Trump, le daría al Congreso la posibilidad de determinar si un mandatario debe ser destituido porque es incapaz de hacer su trabajo. Actualmente, la enmienda 25 permite que un presidente sea expulsado del cargo si la mayoría de los miembros del gabinete y el vicepresidente consideran que es incapaz de cumplir sus funciones. En ese caso, el vicepresidente asumiría la labor. Pelosi ha dicho que no se trata de Trump, pero sí de los presidentes futuros. La medida casi no tiene posibilidad de ser aprobada.

Esta movida, a mi parecer, es espeluznante y denota la politización extrema que se ha vivido en nuestra nación, luego de que el presidente Donald Trump ganara las elecciones en 2016.

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Desde ese momento comenzaron los intentos por hacerle un juicio político. Pero no fue sino hasta septiembre de 2019 cuando la comisión jurídica en el Congreso nos llevó en la ruta de un proceso infructuoso contra el presidente.

Trump fue absuelto en febrero de este año, tras 5 meses de investigación y un juicio político que comenzó con la denuncia de un informante de su comportamiento frente a Ucrania. El presidente enfrentó dos cargos: abuso de poder y obstrucción del Congreso.

Estuvimos demasiado agobiados y distraídos con el completo fracaso del flaco ejercicio de un congreso que fue irresponsable porque agotó sus recursos de audiencias en testigos y meses de testimonios sabiendo que el proceso no prosperaría en el Senado. Y para febrero de este año, con la llegada del nuevo coronavirus, todos estuvimos ensimismados en el habitual show de Donald Trump.

Todo el enfoque estuvo dirigido a tratar de destituir a un presidente, sabiendo que no tenían los votos en el Senado para lograrlo. En vez de eso, pudieron haber dialogado al menos sobre cómo lograr una verdadera reforma del sistema de salud, no un plan inasequible con altas primas y deducibles exagerados para una clase media estrangulada como el actual. Quizás pudieron haber hablado para unir esfuerzos y lograr una verdadera reforma inmigratoria o un plan económico que aumentara el salario mínimo en todo el país.

El único esfuerzo que amerita la energía de los opositores del presidente está a pocos días de celebrarse y es una elección: el 3 de noviembre. Podemos diferir sobre la forma absurda en que Trump se comporta ante el covid-19. Incluso podemos criticar abiertamente las medidas tomadas por esta administración durante la pandemia. Pero no podemos caer en la paranoia de utilizar salvaguardas constitucionales para atacar la institución de la presidencia arbitrariamente sin que medien razones específicamente delineadas en la vigesimoquinta enmienda. Si caemos en estos actos desmedidos, quien quita que de ganar Joe Biden las elecciones, no sea utilizada la misma estrategia en su contra para poder elevar a Kamala Harris a la presidencia de forma expedita.

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Toda esta energía malgastada podría utilizarse en un plan de estímulo que asista a familias que están a punto de ser echadas de sus residencias, que reciben un cheque de desempleo que no da para pagar los altos costos de vida ni el alquiler de su vivienda. Un plan de estímulo que atienda la crisis que enfrentan muchos pequeños negocios, la mitad de los restaurantes que siguen cerrando y que emplean a miles de trabajadores, en su mayoría latinos. Pero no, es más importante jugar a la política barata y ninguno de los responsables, ni el presidente, ni el Congreso que controla la cartera y la asignación de los fondos públicos, pueden ejercer su trabajo porque es más importante hacer lucir al otro bando peor. Quienes salimos trasquilados somos los electores.

¿Y cuáles son las alternativas que nos brindan en una semana para combatir esta inercia de liderazgo? Pues la fabulosa opción de un exvicepresidente que durante ocho años, y a pesar de la recuperación, no pudo evitar que los empleos no fueran de calidad ni suficientes para la clase media, aunque sí pudo asistir a los bancos. Y en sus más de tres décadas en el Congreso, también se dedicó a ayudar a los bancos y emisores de tarjetas de crédito.

Contribuyó a que se aprobaran medidas para combatir el crimen como la ley de 1994, que provocó el encarcelamiento de muchos ofensores. Esta medida en su gran mayoría afectó a individuos de raza negra, como reseñó The New York Times.

La otra opción es el presidente Donald Trump, que vive obcecado con las alzas de la Bolsa de valores y su propia imagen y carece del don de empatía que, en medio de esta pandemia, necesitan desesperadamente los ciudadanos. Por eso no debe sorprender la apatía electoral de más de la mitad de los potenciales electores que decidieron no participar en las elecciones generales de 2016.

No se brindan opciones de cambio real que provoquen una participación masiva. Lo que tenemos es una base republicana distorsionada, seguidores de Donald Trump que sienten que su candidato ha sido duramente atacado por los medios y que a Biden le han tratado con guantes de seda. Por otro lado, el voto independiente está igualmente dislocado. Luego de ver el primer debate presidencial, que simuló una pelea de gallos con insultos y epítetos de ambos candidatos, y de constantes interrupciones, sobre todo por parte de Trump, sin una onza de contenido ni propuestas, no existen alternativas para emitir un voto independiente que, como ha sido tradición, pueda ser el factor decisivo de una elección.

Según todas las encuestas y sondeos nacionales, Joe Biden y Kamala Harris serán los ganadores de las elecciones presidenciales. Su mensaje a los votantes y la gran plataforma ha sido que en tan solo cuatro años al mando, Trump es malo y culpable de todos los agravios por décadas de gastos, guerras inútiles, altos costos médicos, muertes a causa de una pandemia global, racismo… En fin, es muy fácil echar las culpas en un solo pote.

Me pregunto: luego de una posible derrota electoral de Donald Trump, ¿cuál será el tema en los medios? ¿En quién podremos concentrar nuestra atención en Twitter? Luego de hablar de Trump por más de 1.400 días consecutivos, ¿estaremos preparados para el vacío existencial que nos dejará su ausencia en los medios? Y si nos dan otra sorpresa electoral como en 2016, ¿quedaremos satisfechos y tranquilos pudiendo culpar de todos nuestros males y pesares nuevamente al rey del mercadeo y el show publicitario, Donald Trump? Continuará…

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