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OPINIÓN | Lo que me sucedió el día que me vestí “más latina” de “lo normal” y cómo los prejuicios subconscientes afectan nuestras vidas

Nota del editor: La Dra. Edith Bracho-Sánchez es pediatra de atenciones primarias y directora del programa de telemedicina en el Centro Médico de la Universidad de Columbia en Nueva York. Las ideas expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a la autora. Vea más notas como esta en CNNE.com/opinión.

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Luis Ernesto Quintana Barney
CNN ESPAñOL — Nota del editor: La Dra. Edith Bracho-Sánchez es pediatra de atenciones primarias y directora del programa de telemedicina en el Centro Médico de la Universidad de Columbia en Nueva York. Las ideas expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a la autora. Vea más notas como esta en CNNE.com/opinión.

(CNN Español) — Un fin de semana, hace poco en Nueva York, me desperté añorando mi país, Venezuela, y el calor humano que -en mi opinión- solo se encuentra en Latinoamérica.

Con unos tremendos antojos de arepas y chicha, decidí ir a buscarlos a Queens, una de las zonas más diversas de la ciudad de Nueva York. Por ser fin de semana, decidí vestirme tal cual como quería: como la muchacha sencilla que soy. Es que además de ser venezolana, también soy médica y, por miedo a que mis pacientes me perciban como demasiado joven y puedan desconfiar de mis conocimientos, casi siempre le dedico un buen tiempo a mis atuendos y maquillaje.

Pero ese día pensé: “Hoy puedes ser tú, Edith”. Me puse pantalones ajustados de lycra, unos aretes bien grandes, me peiné con trenzas, llamé a mi hermano menor, quien al solo escuchar “arepas” y “Queens” aceptó venir, y salimos a buscar un pedacito de lo que tanta falta me hacía.

Queens no me defraudó, conseguí comidas deliciosas -arepas, chicha, tequeños, torta tres leches- y, aún más importante, me encontré con los venezolanos, colombianos y dominicanos que añoraba escuchar. Llenos y felices, mi hermano y yo empezamos el recorrido de vuelta al Upper West Side de Manhattan, donde vivo.

Llegué a mi edificio y saludé al portero como siempre lo hago: “Hi! How are you?” (Hola, ¿cómo está?). Pero, para mi sorpresa, me respondió con un: “Excuse me, can I help you?” (Disculpe, ¿en qué la puedo ayudar?) Y no me permitió pasar.

-Debe ser porque tengo puesto el tapabocas, pensé, y a la distancia me lo bajé y le dije, “Soy yo, Edith, aquí vivo”. Por unos segundos nos miramos mutuamente, yo esperando a que me reconociera y él analizándome de arriba a abajo.

Unos momentos después… “Oh yes, I’m sorry” (oh, sí, lo lamento), dijo. Y con una disculpa, me dejó pasar hacia mi casa.

Para entender el contexto de lo que sucedió, debo explicar un par de cosas sobre el lugar en el que vivo. El Upper West Side de Manhattan es uno de los vecindarios más ricos de la ciudad de Nueva York. Desde que alquilamos el apartamento pequeño donde vivimos, mi esposo y yo nunca hemos visto a otro latino o a alguien de raza negra en el edificio, con excepción de quienes vienen por los servicios de reparto de comida, o trabajan allí en limpieza o la portería.

Yo misma, casi siempre estoy con mi esposo, un hombre blanco y alto que se reconoce de inmediato. Pero ese día estaba con mi hermano, quien es obviamente latino y de piel un poco más oscura como yo, y mi atuendo -como recordarán- eran mis argollas grandes, mis trenzas y mi pantalón poco formal.

Y así fue como ese día, en cuestión de segundos, el mismo portero que me ha visto entrar y salir camino al trabajo, después de hacer ejercicio, empapada en agua de lluvia, en pijama cuando se me ha acabado el café y me ha tocado bajar a comprar de emergencia, y una vez hasta en traje de baño y pantalones cortos, decidió que mi perfil no le cuadraba. Una latina vestida así, de alguna manera, no podía pertenecer a ese edificio.

Como milénica que soy, publiqué una foto y un relato de lo sucedido en mis perfiles de redes sociales con la siguiente conclusión: “esta es LA DEFINICIÓN de prejuicios subconscientes”.

Los prejuicios subconcientes son esas creencias ocultas que dictan, muchas veces, nuestra conducta. Mientras que la mayoría de nosotros no nos consideramos racistas, ni discriminamos a los demás en nuestras acciones conscientes, el subconsciente está lleno de creencias y prejuicios que, en cuestión de segundos, pueden hacer que nos comportemos de una forma u otra, a veces traicionando los que consideramos nuestros principios.

En las redes sociales, mis amigos blancos reaccionaron al relato de una forma un poco distinta a la de mis amigos latinos y negros. Mientras que mis amigos latinos y de raza negra se sintieron identificados y compartieron conmigo sus propias historias de discriminación, algunos de mis amigos blancos me preguntaron: “¿No estaba haciendo su trabajo el portero?” o “¿No estarás exagerando?”

El problema es este: el portero de mi edificio ha hecho su trabajo todos los días desde que vivo aquí, y el único día que me detuvo fue el día en que andaba vestida “más latina” de “lo normal”, y en vez de estar con mi esposo, iba con mi hermano, quien es tan latino como yo. Más allá del incidente de ese día, esa excusa de “estaba haciendo su trabajo” la he escuchado ya muchísimas veces. Es una frase que pareciera correcto usar cuando los policías detienen a las personas de raza negra aquí en EE.UU. con mayor frecuencia, o cuando deciden cuestionar y detener a los adolescentes latinos y negros en mayor medida que a los blancos.

Pero tampoco podemos pretender que son solamente los porteros, los empleados de seguridad y los policías los que tienen estos prejuicios subconcientes  que los llevan a discriminar, queriendo o no. Desde mi punto de vista, los médicos como yo también juzgamos a las personas en cuestión de segundos. Considero que una persona blanca en un hospital en Estados Unidos tiene mayor probabilidad de recibir medicina para el dolor que una persona negra, quien puede ser percibida como “exagerada,” por dar solo un ejemplo.

Y en el día a día, todos nos formamos opiniones en los primeros segundos de interactuar o a veces solo de ver a una persona, y después tomamos decisiones que pueden tener repercusiones serias. Hasta que no lo admitamos, hasta que no trabajemos y cuestionemos nuestros propios prejuiciossubconscientes, seguiremos juzgando, hiriendo y restringiendo el acceso a nuestras vidas a personas con historias qué contar e ideas innovadoras.

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