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OPINIÓN | El régimen cubano ha topado con la Iglesia

Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

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CNN ESPAñOL — Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) -- El régimen cubano demostró que, al menos el 15 de noviembre, tenía la sartén por el mango. No era, como decía Joe Biden, un Estado fallido. Aunque muchos estén en contra del marxismo-leninismo, lo que ha sucedido en algunas de las sociedades que han abandonado ese sistema, muy poco pueden hacer para librarse de la dictadura. El 15 de noviembre no hubo protestas. No los dejaban o no se atrevían. Nada de “fallido”. Se trataba de un Estado perfectamente controlado.

El ejército de Cuba se prepara para una "invasión enemiga" en medio de la creciente tensión con EE.UU.

Pero ¿a qué costo?

Al parecer, a un muy alto precio. El periodista Reinaldo Escobar de 14ymedio –un diario que hace en Cuba la famosa bloguera Yoani Sánchez, esposa de Escobar–, afirma en su reportaje que a la dictadura le resultó muy cara su “victoria”. Tiene razón.

Desde hace semanas, dedican a toda la policía a controlar a los disidentes, que son muchos y cada vez más jóvenes. Calculan que hacen falta varias personas para impedir, siete días a la semana, las 24 horas del día, que los disidentes “escapen” de sus domicilios, como ocurrió el 11 de julio cuando, sorprendentemente, el pueblo se echó a las calles a pedir libertad. En ese momento, no hubo coordinación. Fue una protesta espontánea que comenzó en San Antonio de los Baños, un pueblo cercano a La Habana y luego, se extendió a docenas de ciudades en todo el ámbito isleño.

Pero ese es el costo de las protestas en pesos y centavos. Seguramente será mucho mayor el costo intangible. Los capitales que no concurrirán a Cuba porque hay una señal clara de que corren peligro en una sociedad volátil, en la que en algún momento se puede armar la de Dios es Cristo. Debieron elegir entre aterrorizar a la población y correr el riesgo de entregar el poder, y ya se sabe que los jefazos están dispuestos a todo con tal de no perder sus privilegios.

El problema lo tiene el régimen con la Iglesia católica interna (o “doméstica”, como se suele decir hoy en mal castellano). En el pueblo de Bejucal, cerca de La Habana, las monjas salieron vestidas de blanco en solidaridad con los jóvenes de la plataforma Archipiélago, mientras los obispos pidieron que pongan en libertad a los numerosos presos políticos. A todos.

“Con la Iglesia hemos topado, Sancho”, dijo don Quijote. Algunos señalan que eso es posible por la falta de Ortega, lo que para mí ignora tres causas fundamentales del cambio de actitud de la Iglesia: las vicisitudes que padece el pueblo por la imposición del colectivismo, de las cuales son testigos los curas de a pie; los centenares de arrestos y palizas propinadas a las personas, muchas de ellas católicas, como consecuencia de las manifestaciones del 11 de julio; y el hecho de que fuera evidente que había un movimiento cívico en marcha, al que la Iglesia, por razones de decencia, quería sumarse. A Caridad Diego, jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos del Partidos Comunista Cubano (PCC), le tocó incluso el triste papel de amenazar a los sacerdotes de Camagüey con meterlos en la cárcel si persistían en el apoyo a los manifestantes.

Otro asunto, al margen de los conflictos del régimen cubano con la Iglesia, tocó la afectividad de los españoles: la revocación de los permisos para operar en Cuba a los periodistas de EFE (que luego devolvieron), y la no concesión de visas a medios de prensa legítimos. A lo que se agrega el hecho de someter a Yunior García Aguilera y a su mujer a elegir entre el exilio en España y años de una prisión castrista o, sencillamente, impedirles salir de su casa o comunicarse con el exterior. Era obvio lo que estaban obligados a hacer.

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