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Las elecciones internas en los partidos políticos son necesarias en América Latina

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta es analista de temas políticos en CNN en Español. Tanto Roberto Izurieta como Sandra Torres trabajaron en la campaña de Álvaro Colom.

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Mariana Toro
CNN ESPAñOL — Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta es analista de temas políticos en CNN en Español. Tanto Roberto Izurieta como Sandra Torres trabajaron en la campaña de Álvaro Colom.

(CNN Español) — Las elecciones internas del Partido Demócrata en EE.UU. están demostrando, una vez más, que el sistema político funciona. Hace pocos meses, el comentario general era que había muchos candidatos a la presidencia por el Partido Demócrata (más de 20) y algunos temían que esto favoreciera a Donald Trump en su objetivo de lograr reelección. Desde el inicio sostuve que no era así. Estas son las razones por las que la elección interna demócrata funciona:

Un proceso de elección largo. A diferencia de muchas de las ingenuas reformas electorales con las que se experimenta en América Latina que tratan de hacer el proceso electoral muy corto (cuestión de semanas), la elección presidencial en EE.UU. comienza alrededor de dos años antes del día de la votación presidencial. En América Latina parten de la premisa de que la política debería ser un voluntariado y que las campañas electorales deberían ser cortas porque son algo negativo para la sociedad. En EE.UU., por el contrario, las elecciones son largas porque se sabe que es la única manera que el público y los votantes, que están cada vez menos interesados en asuntos políticos (la verdad, nunca lo han estado), se puedan informar de algo. Por eso, las campañas deben ser largas, para que los ciudadanos desconectados de la política (o más aún, solo conectados con grupos que refuerzan sus opiniones extremas) puedan recibir algo de información que les permita elegir al mejor (o al menos malo). Entonces, y desde esta perspectiva, las campañas son positivas para el elector, porque le informan sobre las opciones, las personalidades y las propuestas/mensajes de los candidatos. La longitud de las campañas hace que se agrave el problema del financiamiento de las campañas. En América Latina hemos experimentado con muchas propuestas incautas para solucionar este problema; obviamente no han funcionado. La más popular es dejar que el Estado financie las campañas. Pero si las financia el Estado, todos quieren ser candidatos (porque no les cuesta nada). Es más, algunos solo quieren ser candidatos para que el Estado les pague y ni les importa ganar. En la última elección en Ecuador, un miembro del Consejo Nacional Electoral (Luis Verdesoto), propuso que todo candidato que no pase del 4% devuelva el dinero al Estado. Interesante propuesta; pero dudo que puedan recuperar los fondos.En EE.UU., las campañas las financian cada una de las candidaturas porque se parte de la premisa de que el “dinero es una medida del valor”, no del principio que define a la política como un voluntariado. En América Latina se parte de la premisa opuesta: que el dinero es malo o sucio per se. Por eso, en EE.UU., si no tienes quién esté dispuesto a poner dinero en tu campaña (es una buena “medida del valor”), tu candidatura no irá a ningún lado (a no ser de que la financie el Estado). Para que las campañas sean más baratas (o menos caras), una muy buena opción es organizar (bajo el auspicio de los partidos políticos o de la autoridad electoral) debates y foros obligatorios. Los debates y foros no cambian mucho los votos en las elecciones generales, pero sí en las elecciones primarias/internas de los partidos. Hay un muy buen estudio al respecto en EE.UU., y los últimos dos debates en la actual elección presidencial son una muestra de ello. Entre 20 candidatos, el exvicepresidente Joe Biden lideraba en las encuestas. No le fue bien en los debates pero todavía está en la competencia porque su ventaja era holgada. A dos de las mujeres que participaron, Kamala Harris y Elizabeth Warren, les fue muy bien; entraron a la recta final gracias a su buen desempeño en estos debates. Al latino Julián Castro, del cual nadie esperaba mucho, le fue también muy bien y tiene ahora un buen cubrimiento mediático, lo que le da oxígeno para seguir. A Beto O’Rourke, a quien supuestamente le iba a ir bien, le fue mal; ahora está en la lista de los demás, la de esos aspirantes cuyos nombre no recuerdo ni yo, que soy analista político. O sea, en gran parte gracias a los debates bien organizados (por el partido y los medios de comunicación) se produce una preselección eficiente como lo indica la encuesta de CNN. En el caso de EE.UU., a partir de enero, las elecciones son secuenciales (estado por estado), comenzando por estados donde es barato hacer campaña. Gracias a eso podrían salir entre los finalistas (como generalmente sucede) candidatos nuevos dando otras sorpresas políticas. Eso es bueno, sobre todo cuando no es el día de las elecciones finales. En el caso de esta elección, parece que la preselección se está dando de manera anticipada, pues está claro que lo que más quieren los demócratas es ganarle a Trump. ¿Cómo hacer internas secuenciales en América Latina? Pienso que en países grandes se puede y el PAN de México lo intentó exitosamente en 2006 cuando no ganó el candidato oficialista (Santiago Creel) sino Felipe Calderón: eso es democracia en acción. Es una pena que el PAN y México dejaran atrás esa buena práctica.

En América Latina, tener una segunda vuelta electoral ayuda y mucho. Pero la pregunta sigue siendo, cómo evitar llegar a esa instancia con dos opciones que el público ya considera malas (hay muchos ejemplos de ello y prefiero no mencionarlos para no ofender a nadie). Entonces, la única respuesta está en el proceso previo: el proceso de la selección o nominación de los candidatos finalistas.

Esta semana se dio un muy buen ejemplo en Uruguay. Se confirmó que el candidato que lideraba desde hace cuatro años el Partido Blanco (conservador) dejó bien atrás a un candidato multimillonario (no está claro de dónde saca tanta plata, lo cual demuestra también que “la plata no lo es todo”). Los Colorados no eligieron a una de sus figuras históricas (el expresidente Julio María Sanguinetti), sino que optaron por la renovación con Ernesto Talvi. El Frente Amplio también optó por la renovación. En esas condiciones y en hora buena, los uruguayos van a la elección con nominados que representan mejor (no peor) todos los gustos y los colores de los electores. Luego de la próxima votación, lo más probable es que los uruguayos tengan también una segunda vuelta electoral. Ahora podemos entender por qué Uruguay tiene menos corrupción política: en gran parte porque tiene un buen sistema de nominación y preselección de sus candidatos.

Los uribistas en Colombia hicieron algo parecido. El favorito (hasta de Uribe) era Óscar Iván Zuluaga, pero luego de más de 30 debates y meses de campaña, surgió la figura de Iván Duque. Es una pena que no se dieron debates en la segunda vuelta porque nadie los pudo organizar apropiadamente y ofrecer garantías contra manipulaciones políticas, shows mediáticos o trampas electorales para cualquiera de los candidatos. Igual, como mencionaba, los debates son esenciales en el proceso de elección primaria, más que en el de la elección general.

Las PASO de Argentina, son prácticamente una primera vuelta electoral forzada. En algo ayuda. En Chile han probado un proceso interesante en la última elección interna que ha dado resultados importantes (sobre todo para el Frente Amplio y para Piñera que aceptó a regañadientes tener elecciones internas). Sin duda, Chile debería hacer que las internas sean obligatorias en vez de opcionales: ese será otro gran paso.

Entonces, si queremos cambiar la política, elegir a los mejores, disminuir los índices de corrupción: busquemos un sistema de elección y nominación que promueva las elecciones internas para encontrar a los mejores candidatos. Hagamos que sea obligatorio y que se den muchos foros/debates/eventos para no tener que elegir entre los peores, sino entre los mejores.

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